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lunes, 20 de febrero de 2017

Balañá no es el único ni el más importante culpable de que no vuelvan los toros a Barcelona


Toreros, ganaderos y empresarios han abandonado a su suerte a los aficionados de Catalunya

¿Dónde están los taurinos? ¿Cuándo está prevista una gran manifestación en apoyo de los toros en Barcelona?

Antonio Lorca/El País. A medida que transcurren los días parece que se desvanece la esperanza de que los toros vuelvan a Cataluña. No hay un pujante movimiento empresarial, ni una relevante exigencia taurina ni una exigente demanda social que haga pensar, al menos, en una confrontación con el Gobierno catalán para que los aficionados puedan ejercer su derecho, legalmente reconocido, a presenciar un festejo taurino.

Hace unos días, la Federación de Entidades Taurinas de Cataluña informó en una nota de que se había reunido con el propietario de la plaza Monumental, Pedro Balañá Mombrú, y que este le había comunicado que, por el momento, no contempla la cesión del coso para celebrar espectáculos taurinos “por consideraciones jurídicas, sociales y políticas”.

Pedro Balañá Mombrú (Foto: ABC).
Si se tiene en cuenta que Barcelona es la única ciudad catalana con plaza en estado de revista, muy feo se presenta el horizonte taurino catalán. Es decir, que no parece descabellado pensar que los toros no volverán nunca a esa comunidad a pesar de la luz al final del túnel que significó la sentencia favorable del Tribunal Constitucional.

¿Quién tiene la culpa de esta sinrazón?
No son pocos los que cargan en exclusiva contra el Grupo Balañá por plegarse, supuestamente, a las exigencias de las autoridades y aceptar el deshonroso papel de cooperador necesario para que no se vuelva a escuchar un pasodoble en la Gran Vía de las Cortes Catalanas.

Culpable sí que es, sin duda, pero no el único. Ni siquiera el más importante.

El primer responsable de la desaparición de los toros en Cataluña es el Parlament, que fue el que los prohibió. Es cierto que el Constitucional ha restituido el derecho conculcado, pero la sentencia no empuja la puerta de la Monumental ni ordena el inicio del espectáculo. Esa no es la misión de la justicia.

La importancia taurina de Cataluña en el siglo XX se debió, fundamentalmente, a una sociedad española proclive a esta afición y a un empresario genial que se llamó Pedro Balañá. Su conocimiento del sector, su fino olfato empresarial, su sagaz intuición, su sentido de la innovación, y su reconocida capacidad para adelantarse a los gustos de los aficionados lo convirtieron en el protagonista absoluto de una época que elevó a Cataluña -y a Barcelona, sobre todo- a la cima de la tauromaquia mundial.

Imagen de archivo de la plaza Monumental de Barcelona (Foto: Susana Sáenz/EFE)

Pero don Pedro, como era conocido, murió en 1965. Y le sucedió su hijo, del mismo nombre. Y a partir de entonces, las cosas ya no fueron igual. No tenían por qué serlo. Había cambiado el empresario, el gestor y el ideológico de una etapa irrepetible, y el heredero no había conservado todas las cualidades taurinas de su padre, como le ocurre a cualquier hijo de vecino. Además, comenzaron los cambios en la sociedad catalana, y, con el paso de los años, comenzó a asomar la cabeza el nacionalismo. Y un dato más: el imperio empresarial de don Pedro incluía una floreciente red de teatros y cines.
Más tarde, apareció el nieto de la saga, de quien se dice que no se ha caracterizado nunca por su afición taurina. Se desentendió de la fiesta y volcó su compromiso en las demás parcelas del patrimonio familiar.

A estas alturas de la historia, estaba ya declarada la guerra del nacionalismo contra los toros, cerradas la mayoría de las plazas catalanas, avejentada la Monumental por el tiempo y la desidia empresarial, y cansada y disminuida la afición.

Y algo más, y no poco importante: el toreo había dado la espalda a la Cataluña taurina, y había asistido con actitud vergonzosa y silente al desmantelamiento de las plazas y la espantada de los aficionados. Mientras tanto, Pedro Balañá Mambrú, el nieto de don Pedro, dedicaba su atención a los teatros y cines, núcleo central de su negocio, y se acercaba -natural, por otra parte- a la Generalitat, entidad pública con la que debe trabajar cada día.

Y se produce entonces la prohibición del Parlament, que llega, no se olvide, cuando la tauromaquia estaba prácticamente fenecida en la Comunidad (o llega precisamente por ello); tiempo después, la sentencia del Constitucional, y, hasta ahora, la nada, todo sigue igual; no se oye un mugido de toro bravo en toda Cataluña.

Ni un mugido ni una consigna callejera que recuerde a los políticos que la tauromaquia existe. ¿Dónde están las figuras del toreo, los ganaderos, los empresarios…? ¿Cuándo está prevista la celebración de una gran manifestación ante el Parlament que recuerde a los prohibicionistas que deben respetar la libertad de los ciudadanos que deseen ejercitar su derecho a ver toros?

Los protagonistas no están, y, lo que es peor, no se les espera. Es más cómodo, y también más irresponsable, buscar un culpable y lanzarle piedras hasta lapidarlo.

Es cierto que la imagen que ofrece Pedro Balañá Mambrú en esta historia es manifiestamente mejorable, pero es un empresario y vela legítimamente por sus intereses. No es justo que se le exija una inmolación cuando esta fiesta no brilla precisamente por el compromiso de los que viven de ella. Y Pedro Balañá es uno más

Claro que si en Cataluña palpitara una afición pujante, distinta sería su actitud, y, con seguridad, el Parlament no hubiera aceptado iniciativa alguna contra la tauromaquia.

La labor de la Federación de Entidades Taurinas de Cataluña es encomiable, pero sus miembros saben que están solos; ya es triste que los abandone el dueño de la Monumental, pero lo más dramático es que los ha abandonado el toreo…

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