El regreso de los toros es un triunfo que vale dos orejas y rabo. Sobre todo es un triunfo de la ley
Artículo de opinión de Luis Noé Ochoa/luioch@eltiempo.com.co
Esta semana, el alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, a quien no le gustan los toros, porque “detrás de las corridas existe un mundo de riqueza”, recibió dos malas noticias, que deben ser como cornadas donde los toreros llevan las pilas del traje de luces.
Una, que la Superintendencia de Industria y Comercio le ordena desmontar el polémico esquema de aseo en el término de seis meses y le ratificó una multa de 410 millones de pesos. Muuu. Si no fuera enemigo de los toros, el mundo taurino, solidario y humanitario, le habría montado una corrida de beneficencia para pagar esa platica, que dice no tener.
La otra cornada fue el fallo lógico de la Corte Constitucional a favor de la demanda instaurada por la Corporación Taurina de Bogotá contra la decisión de prohibir las corridas en la Santamaría, al suspender arbitrariamente el contrato de arrendamiento de la plaza. Fallo que sale cuando ocho valientes novilleros llevan un mes de huelga de hambre exigiendo la devolución del coso taurino para lo que fue construido y por la defensa de su trabajo y de las libertades.
Gustavo Petro (Foto: El Espectador) |
Para el toreo es un triunfo que vale dos orejas y rabo. Es un triunfo de la Corporación y de los novilleros. Sobre todo, es un triunfo de la ley. Porque, más allá de lo taurino están la Constitución y el respeto a los derechos ciudadanos, que están por encima de los caprichos de un alcalde, que para ser justos, es rescatable su tarea en educación.
Lo que hizo la Corte fue ratificar sentencias de esta misma corporación, que declaró exequible [aplicable] la Ley 916 del 2004, por la cual se establece el reglamento taurino y recuerda que el toreo es una expresión artística y cultural. Y la sentencia C-666 de 2010 que ratifica que las corridas de toros pueden hacerse dondequiera que haya tradición. Muuu.
Pero Petro sigue empeñado en cambiarle el uso a la plaza. Sería otra arbitrariedad. Y se trata, además, de un monumento nacional de Colombia. A eso debe estar atento el Ministerio de Cultura.
El arte de los toros volverá. Era lo justo. Porque el toreo es arte como una pintura de Goya. El trazo de un hombre firme con una muleta lenta, pasándose el toro fiero, que lleva muerte en las astas, a centímetros de la piel, es un dibujo. Y es valor. Pero, además, es una opción de vida, como ser futbolista. Y es empresa y empleo. Millones de personas viven del toreo, desde los mayorales de cien ganaderías hasta la cadena de turismo, los restaurantes, toreros, banderilleros, mulilleros, vendedores, los que hacen los trajes, las muletas. Es un mundo que da dinero para hospitales, parques, recreación…
Y no hay que equivocarse. El toro, el bello rey de la fiesta, es uno de los animales más mimados, con medicina prepagada, con los mejores pastos, sin nuches, sin castigos. Sufren más los cebúes que comen los antitaurinos antes de salir a protestar, a los que les pegan, les parten la cola, vértebra por vértebra, para que caminen; sufren más los pollos criados en 25 centímetros, apretados como la gente en TransMilenio, sin poderse mover, mientras otro pollo le hace ‘cosquilleo’; o los corderos degollados, como periodistas en Siria; sufren más los peces, a los que destripan vivos y les echan sal en las heridas.
Sufrimos más nosotros con los trancones de Petro, o con la inseguridad. Hasta sufre uno más haciendo fuerza para que el Alcalde acierte, pero nada. Pues, emulando lo que dijo el genial rey del rock en español, Gustavo Cerati, “porque de este alcalde de música ligera, nada existe, nada queda”. A la Corte, “¡gracias totales!”. Muuu.
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