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jueves, 21 de junio de 2012

El emotivo debate taurino



Para el escritor boliviano Juan Claudio Lechín, autor de Las Máscaras del Fascismo y finalista del premio Rómulo Gallegos, se trata de una controversia entre las culturas del norte europeo y las del Mediterráneo y agrega que en el fondo, se está debatiendo la libertad, la cuál solo existe cuando respetamos lo que no nos gusta:

Con excesiva pasión y sin mucho rigor argumental se ondea la bandera anglosajona antitaurina. Por ejemplo, dicen que no se necesita saber leer ni escribir para matar toros, lo cuál también es cierto para matar lo que fuese. Salvo el doctor Lecter, los asesinos seriales son iletrados. Argumentan, también, la barbarie del espectáculo, cuando es greco-romano, cunas culturales de occidente. Tampoco es inquisitorial, como aseguró un debatiente, fallando su argumento en veinte siglos.

Se lo acusa de espectáculo sádico y The ultimate fight, en TV, que ha cobrado varias vidas humanas, es perfectamente aceptado. Dicen que da una “muerte cruel”, como si la invisible de los aviones teledirigidos que no salpican al shooter, fuera la adecuada. ¡Tenebrosa limpieza!

En realidad, la argumentación antitaurina es cultural, es fundamentalmente germánica (francos, anglos, sajones, etc.), históricamente enemiga de las culturas del mar Mediterráneo, cuna de la tauromaquia.

Durante la Ilustración, y por las luchas interimperiales de entonces, el norte europeo descalificó lo taurino así como denigró arteramente la única autocrítica colonial que jamás hizo imperio alguno: la leyenda negra española; mientras los anglosajones sistemáticamente exterminaban todo lo que no se pareciera a ellos o a lo que conocían: indios y búfalos en Norteamérica, aborígenes y al pájaro dodo en Australia y Nueva Zelanda. Se trata, pues, de un debate entre las culturas del norte europeo y las del Mediterráneo.

Mientras nosotros celebramos el día de difuntos, los norteamericanos le tienen fobia a evidenciar la muerte, a ritualizarla, por eso sus cementerios parecen campos de golf. Y nada que reprocharles. Cada quién con su cada cuál. El problema, entonces, no es adoptar sus fobias y defenderlas como insignias morales universales. Se vuelve un fanatismo religioso chabacano ser imitadores puros de la asepsia anglosajona, además de que resulta ser el principio de otra tiranía. ¿Por qué los toros para la plaza, no, y las vacas/engendros de Mac Donalds para hamburguesa, sí? ¿Por qué la crianza para el espectáculo, no, y para los triglicéridos y las hormonas, sí? ¿Porque es comida?, entonces Hollywood debería cerrar y sembrar papas.

EL SILENCIO DE LOS TERNEROS. Becerros para McDonalds en una granja de Surrey, Inglaterra
Creo que, en el fondo, se está debatiendo la libertad, la cuál solo existe cuando respetamos lo que no nos gusta. Los taurinos crían sus toros salvajes (de indudable ferocidad) y ellos los lidian, enmarcados en la ley, como en ley están los casinos, antros lindantes en la estafa y que nadie acusa vehementemente porque Norteamérica no lo hace. Los toros no causan daños colaterales como lo hacen la polución, el ruido y el tráfico agresivo, que no tienen enemigos equivalentes. Corolario: los valores para ser justos no pueden acomodarse al capricho de moda ni al gusto de cada quien.

Toro bravo de lidia criado en bosques protegidos junto a vacas, becerros, y bueyes que mueren de viejos 
No soy taurino, he ido una sola vez a Acho (Lima), pero creo preciso debatir nuestra libertad como concepto complejo y no simplista, e insistir también en cargar nuestra cultura de fuente, sin despreciar a nuestros abuelos, durante el viaje liberal de la modernidad.

Y finalmente está la extinción de especies. Si desaparecen las corridas se extinguirá el toro de lidia, pues su única razón de cría es este espectáculo. Diremos entonces ¡great! porque ya no se podrá decir ¡olé!

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