Por César Terán Vega
No es grato escribir acerca de una tarde ajena a nuestros sueños y expectativas y peor, si esa tarde soñada, esperanzada, transcurre en Acho, la catedral taurina de América.
Pero así es el sino de la fiesta brava. Los amantes de este teatro de vida o muerte, de sombras y luces rutilantes, de música sublime y hondos silencios, a veces, como ahora, tenemos que beber acíbares, tramontar las montañas de la decepción y rescatar siempre algún regusto dulce y sublime para no sentirnos desolados totalmente.
No seamos quejumbrosos, sin embargo. Fandiño, revelación de la última temporada española, no redondeó las grandes faenas que esperábamos, pero alegró, le dio categoría a la tarde, se alzó a hombros con una por toro, y abrió la puerta grande de nuestra plaza legendaria.
Elenco y Fandiño, los dos triunfadores, se saludan en verónica / Foto: Susana Aysanoa |
¿Qué podemos decir del encierro colombiano de San Esteban de Ovejas? Que salieron al albero tres toros y otro trio de ovejas o borregos brutos, mansos, peligrosos.
Me quedo impresionado con ese bello y noble jabonero, Elenco, 505 kilos de peso, delantero y astifino, raro y hermoso de tipo. Buen juego en todos los tercios de la faena, embestida limpia de principio a fin. El mejor toro en lo que va de nuestra Feria del Señor de los Milagros, según mi modesto ver.
A Elenco le tocó en suerte al español Fandiño (lila y oro con cabos blancos). César Caro coloca dos puyazos de su marca.
Fandiño empieza la faena de muleta citando desde el centro del albero. Instrumenta perfectos estatuarios, a pie firme. Hace sonar la música. Siguen tres derechazos y tres naturales rematados con primor.
Una maja, de enormes y asombrados ojos, ya está cautiva y pensativa viendo aquella perfecta equidistancia entre el hombre y la fiera.
Irrumpen los oles y la música y Fandiño pide el estoque para le suerte suprema. Acho ahora es silencio absoluto. El español instrumenta tres bernadinas.
Lamentablemente pincha en el primer intento, luego deja una entera, en todo lo alto. Suficiente. Oreja y vuelta al ruedo. Prolongados aplausos en el arrastre.
Con su segundo, Camino, 557 kilos, un negro, delantero, bien armado, que rebrincaba y sale escupido de la pica, no recibió el adecuado castigo. Aun así el vizcaíno brinda al público. “Algo le ha visto al marrajo”, comenta un veterano aficionado y así fue.
Vinieron los mejores lances de la tarde. Esos cinco muletazos cambiados, citando desde el ombligo del redondel, a pie firme, impertérrito y hierático ¡Suena la música!.
Luego ofrece una faena por derechas, cargando la suerte y citando de frente, como mandan los viejos cánones. Se gusta Fandiño y se descalza. Dos orejas se escucha en los tendidos. El matador deja una completa, bien puesta, pero insuficiente. Mata descabellando al primer intento. Oreja, solamente, y vuelta al ruedo.
Pedimos perdón por no respetar el orden de antigüedad de los matadores. Hemos preferido describir primero de lo más destacado, con el perdón de ese gran torero que se llama César Jiménez, Escapulario del Señor de los Milagros 2002.
El de Fuenlabranda, azul y oro, no tuvo suerte con su lote, pero ha dejado su marca en la arena de Acho. La afición peruana lo aprecia y lo quiere. En sus dos faenas pudimos apreciar que el torero estaba muy por encima de los borregos. Que conste, Acho siempre lo esperará con la puerta grande abierta para partir plaza y para salir a hombros.
¿Qué pasó con Juan Carlos Cubas? Si estuviéramos en España o en México, una mala tarde no importaría porque siempre habrían muchas más y mejores opciones. Pero en el Perú las oportunidades apenas se cuentan con los dedos de una sola mano.
Su primer enemigo fue un desastre, es cierto, incierto en la embestida, muy peligroso, tuvo que despacharlo. Nada más.
El problema, la encrucijada, estuvo con su segundo toro, Iluminado, un negro bien armado, buena lámina, eso sí de embestida un poco incómoda con el pitón izquierdo que iba exageradamente para arriba y que Juan Carlos no supo o no pudo corregir o sobrellevar.
Creyó asegurarse el matador al pedir cambio de suerte en el primer tercio de varas. ¿Fue esa una decisión fatal? Quién lo sabe. Brinda a la afición y a su ilusión. He aquí que aparece un Cubas inseguro, bailador en cada lance de muleta, nunca pudo acomodarse con su enemigo.
Se esfumaron el temple y el mando, para ya no hablar de la ciencia tauromáquica. Nunca hubo química ni con el toro y menos con los tendidos que tempranamente empezaron a vociferar ¡Toro! Toro!... Juan Carlos, nuestro héroe de inolvidables jornadas terminó feamente abroncado con su plaza mayor.
Una reflexión final, ya es hora Juan Carlos que busques retos mayores en las plazas de México, España, Ecuador, Colombia. No hay que quedarse en la estación de un tren fantasmal que nunca llegará. El tiempo corre.
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